“Don Quijote de la Mancha” constituye una de las obras de la literatura Universal más leídas y traducidas, cuyo autor Miguel de Cervantes Saavedra hace una crítica genuina y burlesca contra la tradición caballeresca de la época. Tan trascendente es su mensaje que en el año 2002 fue declarada como “el mejor trabajo literario jamás escrito”. Según el diccionario de la Real Academia Española, «quijote» significa: «hombre que antepone sus ideales a su conveniencia y obra desinteresada y comprometidamente en defensa de causas que considera justas, sin conseguirlo».
Es que el “Hidalgo Caballero” no es solo un loco quien pierde la razón de tanto leer libros de caballería, sino que convertido en el caballero andante, vive en carne propia las mismas aventuras que los personajes de esas fantásticas narraciones, solo que, aplicando los principios de respeto, dignidad, del honor, del servicio comunitario, y defendiendo ideales como: la libertad, el amor a la dama, el impartir justicia, la erradicación de la ignorancia…
En uno de sus famosos pasajes, don Quijote confunde los molinos de viento con gigantes, acomete contra ellos y pese a las advertencias de su amigo Sancho, cumple su objetivo, en vano, porque lo que logra es lesionar su escuálida existencia en medio del ridículo. Sin embargo, esto no es un óbice para insistirle a Sancho, que a pesar de todo seguirá luchando contra sus gigantes enemigos: “la injusticia, el miedo y la ignorancia”. Esta metáfora nos da la pauta de que debemos luchar contra esos dos o treinta, o miles de molinos fantásticos que nos creamos o nos crean, los cuales impiden hacer realidad nuestros sueños.
¿Quién de nosotros, imbuidos como estamos en una vorágine de pasiones, ansiedad o depresión aún en sueños, quisiéramos emprender un viaje largo, largo, sin rumbo cierto, para cambiar el mundo, para cambiar nuestro yo?…
Así los locos, los no cuerdos, arremeteríamos contra los molinos de viento que nos golpean, nos oprimen, nos privan, pero que aun en avanzando en contravía, en lucha desigual, nos quede el deleite de haberlo intentado.
Así, locos, idos, mentecatos, armaríamos bronca para en medio de alucinaciones, divagando interiormente y pretendiendo escalar los más absurdos sueños, sumergirnos en la fantasía para afianzar la fe, porque mañana, o quizá un día, todos podamos saborear la alegría de compartir en familia ese calor de humanidad para que se extingan beligerancias, violencia, dolor, para que, tantas normas, leyes y reglamentos que dividen, convulsionan y parcializan permanezcan vigentes solo para los cuerdos, los mesurados, los circunspectos…
Así, locos, frenéticos, delirantes, arremeteríamos contra la ignorancia, para pisar en tierra firme, para entender esta cruda realidad que nos aniquila, que nos impide mirar como los letrados, “los eruditos”, entre “pactos” apuestan nuestros destinos, nuestro presente y nuestro futuro…
Así, locos, medio quijotescos, medio orates, medio ilusos, desdeñaríamos a esa gente menos humana, perdida, sin rumbo; y, en medio de la turba, nos abriríamos paso para darle la mano al de al lado, para ponernos en sus zapatos; entonces, medio cojos, tambaleantes, lerdos, pero firmes, aprobaríamos “El Código”, para que impere la candidez y la simpleza, total, “El noble Caballero de La Mancha”, sigue, vivo porque su corazón late cada día más fuerte, porque su lucha está vigente, nunca acaba, porque sigue recorriendo caminos, produciendo sueños que en algún lugar de las blandas nubes, en la apacible luz serena de la luna, hojeará los recuerdos de su amigo Sancho, de su amada Dulcinea, de sus vecinos, de su pueblo…
Es él, el de la parodia de la inocencia, de la verdad, de la transparencia, porque en un ímpetu de reclamos pugna por una paz social donde la justicia sea justa, porque su alma nítida de hidalgo caballero sabe valorar los verdaderos ideales y en medio de su trajinar cotidiano se sumerge en la claridad diáfana de una carencia de valores que se revelan en esta dura y triste realidad…
En este tiempo de violencia, de estulticia, sin un lugar donde esconderse con tantos quienes perdimos el valor del compromiso, donde es difícil seguir confiando en los demás, de creer que todo está perdido y que aun así algo se puede salvar, en medio de la nada surge aquella escuálida figura que avanza en su exánime rocinante, que nos anima, que nos levanta, porque “Cambiar el mundo, amigo Sancho, no es locura ni utopía, sino justicia”.-
Narciza Tapia Guerrón